martes, 3 de noviembre de 2015

Séptima Luciérnaga: ¡Qué viva la música!

Después de mucho pensarlo y de casi jurar que no lo haría, terminé haciéndolo, terminé en una sala de cine esperando y viendo ¡Qué viva la música!
Recuerdo muy bien que al leer esta obra de Andrés Caicedo, me tomé mucho tiempo para terminarla, porque en la biblioteca solo me prestaban el libro por una semana y lo tenía que renovar constantemente y al cabo de tres renovaciones había que regresarlo. Así la lectura  se alargaba y puede que 3 semanas sean suficientes para leer un libro como ese, pero me daba tiempo con cada narración, buscaba las canciones, que en ocasiones tarareaba María del Carmen, y sobre todo porque soy de lectura lenta.

Cuando me di cuenta que se haría una adaptación al cine de este libro, creo que tuve la sensación de que todo se iba a la mierda, hasta aquí llegó la maravilla pero, recordé que cuando se trata de poner la historia de un libro en un film este queda completamente diferente, porque es otro medio de comunicación e influye para que la historia cambie en la forma que es contada, por eso se da ese sin sabor al final y decimos “así no es en el libro”. Por un momento tuve esperanzas.

Si bien es cierto, y es algo que he confirmado a lo largo de los años cada vez que leo algo que dicen sobre Caicedo y sus libros, y en conversaciones con amigos y compañeros de estudio, las historias de este autor no son la gran maravilla en cuanto a la creación de personajes, lo que impacta de este escritor es su elocuencia al narrar sucesos cotidianos, es algo que te atrapa (en lo personal), los viajes psicodélicos, los monólogos extendidos donde podemos conocer mejor a los personajes, elementos que se convierten en un desafío, tomando en cuenta que el tiempo limitado del formato visual. Tratar de llevar algo como esto al cine nacional, donde los presupuestos son limitados, supongo que será un pequeño dolor de cabeza , aquí el tiempo en pantalla es oro.

Supimos desde el comienzo que este film estaría ambientado en la Cali actual, nada de la Cali de antaño, esa Cali loca de una generación que se sentía perdida, el sentimiento que pone de manifiesto muchas veces la novela. Punto en contra, nuevamente. La prevalencia de la música electrónica al comienzo de la producción nos saca de la ilusión de una juventud perdida en las pistas de baile entre rock y salsa, y muchas drogas, claro, pero esto no es algo que se olvidara en la película, por el contrario, es un elemento muy fuerte, me arriesgo a decir que un 90% del tiempo de proyección estamos en contacto con drogas y algo de sexo. Claramente esto también es un intento por un cine comercial.

Antes de ver la película me encontré con un pequeño artículo en Internet de Ivan Gallo, publicado en el periódico virtual Las 2Orillas en el que se ofrecía un comentario, que muy a mi pesar, lo comparto ahora; la película es una simple recopilación de frases del libro recitadas por los actores (no digo nada de las actuaciones porque no me siento calificado para hacerlo) lo que me lleva a pensar en la película como un comercial de más de una hora. La estrategia de narrar apartes del libro, pasajes destacados, es casi lo único que nos conecta con la novela original, pero no me rima con los paisajes modernos, que aunque sigan conservando parte de las inquietudes juveniles, estas ya no van con el apogeo de la época.

Para terminar, y que esto no se vuelva el tedio completo, me refiero a las personas que no se hayan leído el libro y crean que viéndose la película podrán zafarse de esa actividad, lo siento, si llegan a las salas de cine sin un mínimo conocimiento de la historia sentirán que perdieron su dinero, aún más que los que la vimos y conocíamos la historia. Así que, estudiantes, si tienen como tarea (quien sabe en qué colegio pongan un tarea así) no se vean la película esperando responder bien el examen o el trabajo que derive de esa actividad, Caicedo no conoció la salsa-choke y lo agradecemos.

Quiero pensar en una frase debajo del nombre de la película “inspirada en el libro de Andrés Caicedo…” como una señal para no hacer demasiadas ilusiones en tanto a la historia y la forma en cómo se disponen a contarla.


Camilo Mendoza. 

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