jueves, 16 de febrero de 2017

Décimo primera Luciérnaga - Darse cuenta


Sentado en una silla que apenas es una pedazo de espuma, cubierto con tela gris, regreso a casa pero esta vez recuerdo un cuento que alguna vez leí en el colegio, uno sobre un pequeño pueblo dominado por una fábrica donde cada mañana sus llamadas sonaban y los hombres de casa salían de sus hogares y se adentraban en las entrañas de la bestia, la cual al caer la tarde sonaba de nuevo sus alarmas y vomitaba a los hombres que había engullido, sucios, cansados, completamente acabados. De alguna manera veo a mi pequeño paraje rodeado de industrias que devoran hombres en la mañana y devuelven retajos de ellos en las noches, retajos  que se vuelven a casa en los buses públicos, eso en los que ahora yo me movilizo.
Desde hace 5 años que comencé a viajar de ciudad en ciudad para estudiar comencé a ver como en las noches los buses iban plagados de hombres, en su mayoría trabajadores, hombres sucios y cansados. Claramente también mujeres subían a estos vehículos, señoras y jovencitas que salían de las bodegas de empaque, cansadas, con sueño, con hambre. Todos regresan a casa con ganas de ver a su familia, de comer, de dormir.
¿Cuándo comencé a ser yo de esa clase de personas que salía de casa muy  temprano y volvía muy tarde? No sé. Solo sé que hoy vuelvo a casa muy tarde después de estudiar y trabajar, en ocasiones más lo segundo. Me convertí en uno de esos hombres.

Hoy me encontraba viajando, delicadamente, en un bus que recorría la autopista con prisa, saltando según las irregularidades del camino. Hoy me descubrí como uno de esos hombres que volvía a casa con ganas de dormir, y muy de vez en cuando, con ganas de que no amanezca.  

viernes, 3 de febrero de 2017

Décima Luciérnaga - Una Reflexión sobre fotografía


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¿El arte busca la perfección? Quizás una extraña, una que se alcanza tras el error. La perfección es momentánea, no se puede buscar un elemento completamente perdurable, tal como lo decía Leonardo DaVici, “una obra de arte jamás se termina” le podemos agregar, una obra de arte llega cuando sea necesario, tras mil intentos o después de mucho tiempo.

La fotografía se convierte en uno de los ejemplos perfectos para dar a entender lo anterior. De 50 fotografías que se tomen, 5 o ninguna pueden convencer al fotógrafo de su trabajo. De las primeras cosas que debería comprender un fotógrafo es que su objetivo es esquivo, pues al intentar capturarlo, y es natural la resistencia, huirá.

Comprendo la fotografía como una serie de errores que cuentan una historia hasta el momento culmen de perfección, ese solo instante donde por fin se ha logrado la toma perfecta y que va acompañada de los cientos de intentos pasados.

Hoy quise escribir sobre fotografía porque me aterra en lo que puede transformarse esta practica, esta que con el populismo de las cámaras y las redes sociales virtuales se ha convertido en uno de los pasatiempos de moda. La fotografía es un medio para comunicar, pero ¿para comunicar qué? ¿acaso la realidad? ¿acaso una mentira? ¿acaso para lo bello? Y es que ahora los filtros van y vienen, las fotos terminan siendo el resultado de una serie de modificaciones digitales que puede cambiar por completo el sentido inicial o simplemente darle el completo sentido a la toma.

Este populismo ha hecho que se empiece a considerar aun más la profesión del fotógrafo que hace todo, el que piensa en las luces, en la composición, en los elementos que quiere, el que dirige, el que edita… sabiendo lo que busca, o sospechandolo nada más, sabiendo que no le será fácil encontrarlo y trabaja en armonía con sus modelos, sus paisajes.

Debo decir que este auge de la fotografía, debido a las innovaciones tecnológicas que han permitido llevar una gran herramienta a las manos de muchos, por poco dinero, ha provocado que los egos crezcan a desmedida y el fotógrafo se convierta en un ser supremo con unos talentos que le permiten hacer a un nivel más alto lo que muchos ahora hacen. Pero, como lo dije antes, un fotógrafo debe estar en armonía con lo que fotografía y ser paciente, los elementos son esquivos.

Esto me ha llevado a pensar en algo ¿acaso todos esos elementos de una fotografía desean ser fotografiados? ¿Se han preguntado si es necesario disparar cada vez que vemos algo hermoso o si solo deberías admirarlo por lo que es, en su momento, sentirlo nuestro y no desgastarlo con una imagen congelada por el resto de la eternidad, que indudablemente no es lo mismo? Tal vez no sea claro ese punto, pero me refiero a que la naturaleza esquiva de nuestros focos tal vez quiera decir que no desean ser retratados – suena bastante loco ¿no? – y nosotros insistimos, hasta que quieran, hasta que se acostumbran a la cámara, hasta que el fotógrafo logra conectarse, dejar su ego a un lado, dejar de ser tan engreído, deja de tratar controlarlo todo y trabaja con lo que tiene.


Puede que todo esto sea una idea muy idílica, pero forzar una sonrisa es un atropello a la felicidad, si ella no quiere aparecer frente a tu lente déjala en paz o trata de agradarle, sin prepotencia, porque estas tratando de captar un sentimiento. Y puede que no sea fotógrafo, pero vivir tras un lente resulta bastante limitador a la imaginación, trata de sentirlo primero, luego tómalo.