sábado, 29 de junio de 2019

Décimo Séptima Luciérnaga - Una Luciérnaga en la mitad de la selva - Amazonas

Cuando llegué a esa balsa lo sentí, no podía verlo, lo único que alcanzaban mis ojos era una negrura impenetrable que, de no saber que ahí se encontraba el río, seguro caminaría hacia ella; era el imponente Amazonas, mis oídos solo alcanzaban un mínimo del sonido del oleaje que causaba cuando rompía en la estructura de madera y en los botes que, además, avisaban del gigante líquido con su movimiento ondulante.

Al verme ahí, sentí como me llamaba, me dije "aquí comienza mi viaje" el miedo se apoderó de cada uno de mis músculos, el corazón cual motor se disparó, ni siquiera el cielo estrellado sobre nosotros me daba la suficiente calma y de nuevo me hablé "¿qué hago aquí? ¿por qué me dejé traer a esto?". Mi novia, como intuyendo mi estado me llamaba a ver las estrellas, me tomaba de la mano, me besaba, y yo trataba de ser fuerte.

Subimos al un bote, mi novia, yo y otras 40 personas, contando a dos guías y el conductor, un hombre delgado que con gran pericia, momentos antes, había atracado la embarcación frente a la plataforma flotante, y ahora nos llevaba en la oscuridad, iluminado por el millar de estrellas que se logran ver en la selva, donde aun no llega el "progreso". Una luz sobre el bote avisaba a los barcos de la distancia que ahí estábamos y aun así yo no lograba encontrarnos. Prendido a la baranda con una mano y aferrado con la otra al chaleco salvavidas trataba de seguir las palabras de mi novia "Mira, mira, mira las estrellas, pero ven saca la cabeza, mira que lindo" y yo... yo seguía tratando de ser fuerte. 

Ya en la isla, en la entrada de la selva, el guía, en la oscuridad donde solo se alcanzaban a distinguir algunas siluetas, menciona "este es un viaje interno" miro a las estrellas, quizá es la noche más iluminada que he visto en mi vida, alcanzo a ver el polvo estelar y pienso que soy tan poco en esa maraña cósmica y que estoy a poco de ser tragado por la selva, armado solo con un linterna y mis botas.

Comenzamos el viaje, el terreno lodoso no se hizo esperar, estaba en la selva al fin y al cabo. Iba de la mano con ella, en mi otra mano la linterna, de mi cuello colgaba la cámara, las botas cada vez se hundían más en el lodo, en ocasiones sentí que al tirar perdería la bota o el pie. Su mano me llevó por mucho del trayecto, luego tomó la linterna y comenzó a guiar con gran confianza, yo estaba anonadado por su confianza en cada uno de sus pasos, de alguna forma eso me ayudó a que mis pensamiento se perdieran más en la selva. Cada paso que avanzaba la selva parecía tomarnos más y más, por un momento llegué a pensar "De aquí no saldremos hasta la mañana". 

Cuando partimos del hotel eran las 8:30 pm, ya había pasado mas de una hora y media de caminata, habíamos visto algunas ranas, sapos enormes, arañas de varios tamaños y colores luego paramos al lado de un árbol de raíces enormes que penetraban la tierra con fuerza. El guía nos pidió apagar las linternas, me sentí en lo más profundo del Amazonas, sentí que estaba en el corazón de la selva. El guía, quien es una persona de la zona, poseedor de grandes conocimientos de la naturaleza, comenzó a realizar varias reflexiones y mencionó "este recorrido es para encontrar la respuesta a esa pregunta que tanto se han hecho". Mi mente se perdió entre las hojas, los bejucos, las lianas, los árboles, los troncos en el suelo, las raíces, parecía en un éxtasis, comencé a mirar hacia todos lados y me encontré con ella, tomé su mano y recordé.

Yo me encontraba ahí gracias a ella. Había subido a un avión, había sostenido su mano con fuerza cuando ese tubo metálico aceleró y dejó el suelo en la penumbra del Valle del Cauca y aterrizó en Leticia. Mi viaje comenzó desde ese momento, desde que comenzamos a ahorrar. Hice cosas que quizá nunca me hubiera atrevido, pero cosas que algunas vez soñé: volar, viajar, caminar en la selva en la noche, navegar, ver mucha naturaleza. 

Salimos de la selva con su permiso, tal y como entramos, subimos a la embarcación bañados por las estrellas, escuchando el agua bajo nosotros, volvimos enteros, aprendiendo que la naturaleza no te quita nada, no te libra mágicamente de tus miedos, pero si te enseña que puedes hacer algo con ellos, que aunque estés en esa oscuridad aun estas a salvo y siempre podrás encontrar algo de luz. 

En la selva no se quedaron mis miedos, pero algo de ella si se quedó en mi.       

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